miércoles, 19 de mayo de 2010

Una vez más, a resistir (por José Luis Mangieri)

Pensaba introducir esta entrada haciendo referencia a quién fue José Luis Mangieri, o a qué significó para mí haber tenido la posibilidad de conocerlo. Enseguida pude advertir que tal propósito carece de sentido. Con respecto a quién fue, ¿qué es lo que se puede decir? Digo que fue editor de Gelman y Tuñón, que fundó uno de los sellos editoriales más importantes de la Argentina, y que era el célebre "Cauli" de Fabián Casas y los poetas jóvenes de los ´90. Digo eso y es lo mismo que decir nada, porque J.L.M. era mucho más. Podría traer algún diálogo compartido, una anécdota, un comentario, pero son retazos que, sueltos en un blog, no significan demasiado. Eso puede contarse en algún barcito, o recorriendo el "espinal" (la clásica avenida Corrientes), pero no en este espacio. Queda abierta la propuesta para quien así lo desee, claro está.
Mientras tanto, quiero compartir la mejor carta de presentación que pude encontrar. Se trata del prólogo que escribió, hacia fines de los ´90, para la compilación de Néstor Kohan titulada La Rosa Blindada, una pasión de los ´60.
Que lo disfruten



Una vez más, a resistir
José Luis Mangieri


Después de 1983, CUANDO REINGRESAMOS EN EL PERÍODO DEMOCRÁTICO, muchos amigos y compañeros de entonces me sugirieron la vuelta de La Rosa Blindada. Siempre me negué amparándome en que no quiero ser caricatura de lo que fui. Algunas revistas que retomaron sus nombres de antaño, no pudieron alcanzar el nivel original. Creo que uno tiene que ser modesto por necesidad y no bastardear lo que originalmente fue por imperio de las circunstancias, por la época o por lo que fuera.

Sin embargo, en estos años pantanosos, acepté la sugerencia de reeditar en un volumen los mejores trabajos publicados en los ´60, porque la iniciativa proviene de jóvenes de una generación distinta de la mía que ven con otros ojos todo aquello: no lo sacralizan, más bien, lo desacralizan: tienen un interés incisivo por saber rigurosamente qué pasó en aquellos años.

La Rosa Blindada fue algo más que la revista que publicó nueve números. Fue una editorial que edito gran cantidad de títulos, también discos y muchos otros emprendimientos. Y que como Contorno, Pasado y Presente y Cristianismo y Revolución dejó su marca en la época.

El proyecto que teníamos al comienzo de aquellos años era editar una colección de poesía donde había libros nuestros y eso terminaba allí. Pero la gente, no el “pueblo” en general, pero había gente que nos dijeron: “¿no van a seguir sacando más libros?”. Seguimos entonces con la poesía y también nos politizamos, como marcaba y correspondía a esa época. Levantamos la bandera de Cuba y de Vietnam. Nadie se ocupaba de ellos porque en aquel entonces el Partido Comunista –que nos expulsó a todos nosotros por esta revista- tenía graves conflictos ideológicos con Cuba y con Vietnam (porque supuestamente detrás de Vietnam estaba China, y ellos estaban con la Unión Soviética). Fuimos de los primeros, y casi diría los únicos, que publicamos materiales de los cubanos en la revista y en los libros y también de los vietnamitas.

De los casi diez títulos que editamos de vietnamitas los que más escozor causaron fueron El hombre y el arma de Vo Nguyen Giap y del mismo autor Guerra del pueblo, ejército del pueblo. Este tenía un prólogo escrito por el Che Guevara, quien nos envió ese trabajo desde Cuba. Un libro excelente. Salió al comienzo con otro sello que teníamos (ediciones Horizonte) y lo reeditamos luego como La Rosa Blindada. Y también le publicamos al Che en la revista su ensayo “El socialismo y el hombre nuevo”, uno de sus grandes aportes teóricos. Además editamos la primera antología de poetas cubanos. Por todo eso se nos acusó – desde las posiciones oficiales del Partido Comunista- de “foquistas” y de “militaristas”, porque adscribíamos al Che.

Haciendo un balance retrospectivo, a los compañeros que hicimos La Rosa Blindada nos empujó la época. No es que tuviéramos “la precisa”, o las ideas claras. Los años sesenta produjeron una eclosión mundial (nuestro cordobazo, el mayo francés, el hippismo, la revuelta del estudiantado antiautoritario alemán, etc.) y en medio de ella estábamos nosotros. Hoy el mercado todo lo bastardea, se habla de los ´60 y del mayo francés como si hubieran sido un picnic. No fue así. Los chicos de París reclamaban “La imaginación al poder” pero no iban con rosas ni con banderas celestitas que decían graciosamente “viva la utopía”. Tiraban adoquines a la policía y levantaban barricadas en la calle.

Curiosidades de la época: el ministro de Cultura de De Gaulle, André Malraux, combatiente en las Brigadas Internacionales en España, encabezó la marcha de apoyo al gobierno; Jean Louis Barrault, del Teatro Popular Francés, la manifestación de los estudiantes y jóvenes obreros de París. Para dominar la rebelión popular De Gaulle hizo bajar las tropas francesas acantonadas en Alemania, comandadas por el general Massu. A Rudi Dutschke, el dirigente de la revuelta de los estudiantes alemanes, lo asesinó un fanático nazi. Y en América Latina hicieron falta las dictaduras genocidas para sofocar esos fuegos de esperanza.

Si se pudiera hablar de un mérito, creo que en ese particular contexto de los ´60 el nuestro fue el de organizar y aglutinar una gran cantidad de intelectuales, poetas, artistas, escritores, plásticos, actores y músicos, a la causa de la liberación y el antiimperialismo. Dos palabras obsoletas para la cultura dominante hoy.

Una esperanza de liberación –no “utópica” ni idealizada sino bien concreta y posible- que encabezaba en nuestro continente Cuba y en el resto del mundo Vietnam. Allí el imperialismo norteamericano sufre su primera derrota militar e internamente padece la activa y multitudinaria protesta de una juventud norteamericana que no quería ir a la guerra. Por influencia de la época, por el ejemplo de Cuba y particularmente del Che Guevara, esa militancia intelectual que nosotros logramos agrupar derivó en la lucha armada, donde muchos de esos compañeros que estuvieron con nosotros y que participaron en La Rosa Blindada, como Carlos Olmedo y Emilio Jáuregui, murieron. Y si los menciono sólo a ellos, no significa olvidarme de los demás. No quiero hacer la lista de todos nuestros compañeros muertos que llevamos en la memoria del corazón porque si me llegara a olvidar de alguno seria como matarlos de nuevo.

En La Rosa Blindada impulsamos una línea muy combativa contra el imperialismo en el campo de la cultura. Impulsamos una militancia muy concreta y muy caliente. Es cierto que ninguno de nosotros era obrero pero todos militábamos sindicalmente. Por ejemplo Emilio Jáuregui, Andrés Rivera, Juan Gelman y yo militábamos en el sindicato de prensa. Los pintores militaban en el sindicato de artistas plásticos, los músicos en el sindicato de músicos. Carlos Brocato (linotipista) y Horacio Casal (tipógrafo) en el medio gráfico, Andrés Rivera siempre se había ocupado de la Sección Gremiales en los diarios del Partido Comunista en los que militaba.

En definitiva: operábamos y hacíamos nuestra revista en el campo intelectual pero también íbamos a las asambleas de nuestros gremios. No existía el divorcio que vemos hoy, producto de la derrota popular. Un divorcio que sufren las nuevas camadas y las nuevas generaciones entre la práctica intelectual y la militancia sindical o política. O se está de un lado o se está del otro. Nosotros intentamos, con relativo éxito, superar esa dicotomía que tanto paraliza y genera impotencia entre los intelectuales.

Posteriormente, y ya en tiempos de nuestra “transición democrática”, se acusó restrospectivamente a La Rosa Blindada y a todas las revistas de esa época de haber perdido con sus prácticas la “especificidad” intelectual. En el mejor de los casos ese balance unilateral, hecho a posteriori, es un grave error de apreciación histórica. ¿Cómo se puede argumentar eso, cuando nada menos que en el último número de La Rosa Blindada – el más politizado de todos y ya bajo la dictadura de Onganía- se publica el ensayo “La izquierda sin sujeto” del filósofo León Rozitchner, que todavía hoy se sigue reproduciendo en diversos libros y revistas? Por no hablar de los trabajos de Antonio Caparrós sobre los estímulos morales y materiales en la transición socialista, el de Norberto Bobbio sobre la filosofía de Antonio Gramsci, o incluso la “inesperada” presencia en la revista de Lacan y el tema de la sexualidad femenina, etc.

Además cabría preguntarse, para no ser ingenuos ni desprevenidos, ¿qué es y qué significa la tan mentada “especificidad” intelectual? En lo personal, tuve siempre como paradigma a aquellos que unieron su actividad y compromiso intelectual con la militancia práctica, incluso en la lucha armada: Julius Fucik, bajo la ocupación nazi en Praga, Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Roberto Santoro, Miguel Ángel Bustos, Camilo Torres, Javier Heraud. Y tampoco soslayemos a los arriesgados intelectuales argentinos de la década del ´30 –cuya obra olvidada alguna vez habrá que rescatar- que se jugaron en la lucha antifascista.

En América latina existen muchísimos ejemplos que las nuevas generaciones deberían reexaminar, deberían intentar al menos conocer en ese sentido para poder ver que el modelo del intelectual tibio, mediocre, desabrido – oportunista, en fin- que nos proponen hoy no es el único posible.

Pero atención: la militancia en todos ellos no significó abandonar las tareas intelectuales u olvidarse de que eran intelectuales – Paco Urondo siguió escribiendo poesía hasta el último minuto de su vida. Y entre todo ellos, no puedo olvidarme del Che Guevara. El Che, nuestro querido Che, es un intelectual. Es un médico, es también un gran lector, y da un paso adelante, como lo dio el profesor de Historia Julius Fucik. Y no hablemos de los poetas surrealistas franceses que lucharon en la clandestinidad contra los nazis. No escribiendo solamente poesía. Lucharon y arriesgaron su cuerpo y uno se imagina que en 1943 en Praga o en París la ocupación del nazismo debió haber sido muy dura. ¿Y los grandes escritores y poetas que provenían de la aristocracia inglesa y que se formaron en sus universidades? Muchos de ellos fueron a la guerra civil española. No solamente el alemán Bertolt Brecht, que provenía de la izquierda, sino también los que provenían de Oxford o Cambridge... Y Antonio Gramsci, ¿qué era? ¿Un intelectual de gabinete, pulcro, limpio, incontaminado?

Esa acusación peyorativa, descalificatoria que se hizo posteriormente sobre la cultura de aquella década, sobre sus revistas (como por ejemplo Pasado y Presente) y en particular sobre La Rosa Blindada es, insisto, incorrecta. Proviene de gente timorata y en gran medida cobarde –dicho esto con cautela, para que nadie piense que queremos posar de “valientes”-. Pero sí cobardes en el sentido de no querer asumir un compromiso. Los que persiguen juicios de ese tipo intentan convencer a las nuevas camadas, a los jóvenes intelectuales que recién se inician, que desistan de empezar, que se “acomoden” al sistema y no asuman riesgo alguno, que sean impotentes por propia elección.

Y si pensamos en la conjunción de “especificidad” intelectual y práctica política militante, que estaba en el centro de nuestro proyecto, no podemos eludir la figura de Raúl González Tuñón y todo lo que él significó para quienes hicimos La Rosa Blindada. Tuñón no sólo fue un maestro sino también un camarada, un amigo, un hombre humilde. El nos recibía a todos nosotros: a Héctor Negro, a Julio Huasi, a Juan Gelman, al “Tata” Cedrón, a mí y a tantos otros. Nos deslumbraba con sus relatos de la guerra civil española, nos hablaba de los surrealistas, del París del ´30 que él conoció. Y nos hablaba de la responsabilidad del escritor. ¿Quién habla, a fines de los años ´90, de la responsabilidad del escritor? Hoy la polémica Sartre-Camus sería impensable.

Predomina otro modelo, con pocas excepciones, cuyos nombres más notorios son sin duda David Viñas, Osvaldo Bayer o León Rozitchner. Ninguno de ellos ha olvidado en sus escritos, en sus intervenciones, su compromiso militante. Pero muchos otros –particularmente algunos que no son tan jóvenes- se van acomodando al sistema (que todo lo fagocita) o son complacientes con lo que está pasando en este país. Lamentablemente la “festichola” de la frivolidad menemista se instaló no solamente en el campo político (un verdadero circo criollo) sino también entre muchos intelectuales. La cultura de los “grandes denunciadores” es parte de eso. Supuestas denuncias infladas que no dicen nada y que poco tienen que ver con los libros que supiera escribir Rodolfo Walsh. Títulos como Operación masacre o ¿Quién mató a Rosendo? que no sólo impugnaban un hecho puntual sino que cuestionaban a todo el sistema. También existen otros intelectuales, es cierto, pero lamentablemente sus voces permanecen asiladas. Todo es best-seller.

¿Quién ocupa hoy y aquí el lugar de Raúl González Tuñón y de Rodolfo Walsh? Esta observación no implica ni presupone un pesimismo alguno. La vida continúa. Sus reemplazantes no vendrán de nuestra generación. Saldrán de la que hoy tiene entre veinte y treinta años, cuando se logre tomar conciencia –insisto: no de manera aislada- de lo que es realmente esta sociedad. Saldrán de esa generación cuando sus jóvenes miembros –y no estoy haciendo juvenilismo- intenten reconstruir los vínculos entre la praxis social y su actividad intelectual. Engels decía que la realidad no es solamente lo que se ve sino también lo que está sucediendo por debajo. Quizás por ahora no se vea pero por debajo se esté gestando algo nuevo que recupere ese lujar que dejaron Walsh y Tuñón.

En el campo de la poesía, los más jóvenes son escépticos, renuncian a los padres literarios y se sienten muy cómodos en tanto huérfanos. No está nada mal, hacen su propio camino. Y también en el periodismo van a comenzar a surgir estos “huerfanitos”, los que van a heredar a Rodolfo Walsh, Ortega Peña, Milcíades Peña o Silvio Frondizi. Sin pensar en fabricar best sellers. Seguramente, por el material que publiquen, no los van a editar las grandes empresas editoriales que están con el mercado. La Rosa Blindada pretendió en el pasado y pretende ahora –en una época muy distinta- ser una alternativa frente a esos gigantescos grupos editores. Pequeña y modesta, pero una alternativa.

Algunos pensamos que es posible. Otros sugerirán el viejo tema del miedo. Ya no puede haber nuevos Rodolfos Walsh –y lo tomo a él simplemente como ejemplo- por el remanido tema del miedo. Y bueno... Rodolfo Walsh no tenía miedo y Julius Fucik no tenía miedo. Y si tenían, los superaron. La dictadura militar instaló el miedo entre nosotros: “Acá no se saca más los pies del plato”, parece ser la consigna inconfesada pero acatada religiosamente por muchos. Acá no se ocupa más una fábrica, acá no se jode más. ¿El miedo está instalado? Pues bien, hay que deinstalarlo. Si no, nos ganaron para siempre, hasta el fin de los tiempos. El golpe pasó hace veintidós años. Reeditar y volver a revisitar La Rosa Blindada, sin creerse que allí está la Biblia, es dar un pequeño paso para desinstalar el miedo. Es apenas eso, un aporte.

Nos quisieron envolver con que “desapareció” la clase obrera, “desapareció” el sindicato, “desapareció” la posibilidad de cuestionar entre los intelectuales. Todo “desaparece” para esta cultura y esta ideología oficial y algunos insospechados adláteres. Todo, menos... el capitalismo, el mercado, los patrones, los militares, los monopolios y el ajuste. Ese es el relato oficial. ¿Será cierto? Creemos que no. Los intelectuales, asumiendo las nuevas realidades tendríamos que recuperar una actitud crítica frente al capitalismo salvaje, racista, excluyente –que es el único capitalismo conocido a pesar de que cantaba Whitman, pues el capitalismo siempre fue salvaje-. Deberíamos retomar una actitud crítica pero no de manera aislada sino dentro de una lucha colectiva que evidentemente no terminó.

En este contexto, en ese horizonte, más bien sombrío, reeditar La Rosa Blindada no pretende ser un gesto de nostalgia ni tampoco de revival ni de “asalto al poder”. Intenta aportar un material de discusión y de estudio, sepultado por la avalancha de terror que inundó la cultura argentina durante la dictadura y por la pegajosa red de olvido e impunidad que tiñe la llamada “transición democrática”. Frente al terror y al olvido complaciente nosotros rescatamos la memoria. Tuñón siempre nos decía que “los muertos viven en la memoria de los vivos”. Olvidarlos es matarlos para siempre. Y tenía razón.

No casualmente le publicamos en 1963 a Raúl González Tuñón su libro de poemas Demanda contra el olvido que llevaba como subtítulo “Cantata para nuestros muertos”. No casualmente en la poesía y en los artículos periodísticos de Gelman aparece siempre el tema de la memoria. No casualmente Osvaldo Bayer ha rescatado del olvido en libros, discos y películas las luchas sociales de principios de siglo. No casualmente Andrés Rivera sigue escribiendo La revolución es un sueño eterno y Carlos Gorriarena nuestro Goya, nuestro Bacon, pinta como siempre: como nuestro Gorriarena. Porque acá, en la historia y en la cultura argentinas, siempre hubo cortes sangrientos y profundos. Nos impiden una hilación. Una de nuestras tareas pendientes es precisamente recuperar las tradiciones y unir las cuentas del collar. Esa es la principal condición para recuperar el sentido colectivo. Ahora estamos todos sumidos en el gran individualismo: cada cual en su universidad, en su kiosco, en su diario, sin proyectos colectivos, siempre cuidadosos de no perturbar. Hay que animarse a sacar los pies del plato, el pensamiento crítico sigue siendo un arma poderosa contra esta globalización de lo perverso.

Estos materiales aquí reunidos y compilados por gente joven apuntan también a un público de jóvenes que hoy se interrogan, buscan, se preguntan, quieren –sanamente- explicaciones, quieren saber qué pasó en nuestro país. Ese ejercicio que estas nuevas camadas realizan es imprescindible. Porque después de 1983 se instaló como versión oficial de la historia y la tragedia argentina la falsa y nefasta teoría de “los dos demonios”. Falsa y nefasta porque en nuestro país –a pesar de nuestros errores y horrores- hubo un solo demonio, el del terrorismo de estado.

La finalidad de esta reedición apunta entonces a recuperar estas tradiciones olvidadas y hacer circular entre jóvenes deseosos de conocer activamente –no de consumir pasivamente al estilo de un revival mercantil, como pretendieron infructuosamente hacer con el Che Guevara- lo producido en aquella década del ´60. El modelo y el sistema actuales no son los únicos posibles. El tipo de intelectual que hoy predomina, tampoco. Y a partir de allí habrá que discutir cómo se continúa la lucha, qué nuevas formas asume hoy el compromiso político, qué se debe hacer en el futuro. Sin recetas previas, sin caricaturas del pasado pero tampoco aceptando pasivamente naufragar en este pantano insoportable de un planeta que se divide en un primer mundo cada vez más rico y ya no un tercer, sino un quinto mundo, cada vez más miserable.

¿Qué significará La Rosa Blindada para un lector o una lectora actuales de veinte o treinta años? Difícil saberlo. Fue en el pasado una experiencia válida y quizás pueda serlo –no repetitiva sino creadoramente- en el futuro. Históricamente, con todos los errores que pudimos haber cometido (y que no eludimos), fue un camino legítimo. No nos arrepentimos, como nos sugieren afanosamente los ideólogos y los voceros mediáticos del poder. Jamás seremos conversos.

El objetivo de La Rosa Blindada, como revista y como editorial, fue aquello mismo que ya había lanzado el poeta Arthur Rimbaud en las barricadas de la Comuna de París en 1870: “¡Cambiad la vida!”.

Siempre vale la pena intentarlo.

Fuente: Néstor Kohan (compilación y estudio introductorio), La Rosa Blindada, una pasión de los ´60, Ediciones La Rosa Blindada, Buenos Aires, 1999.

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