jueves, 29 de abril de 2010

Nunca aprendí a escribir

Nunca aprendí a escribir. De hecho, esta afirmación resulta innecesaria si se considera el texto que sigue. Aún así, lo explicito. No heredé la pasión por la pluma, como así tampoco por el pincel, la filosofía o la bandera multicolor. En ocasiones, me pregunto si soy hija de mis padres, aunque demasiado a menudo reconozco en mí algunos de sus defectos, que se suman a los propios.

Nunca aprendí a escribir, decía, por lo que desistí de intentarlo. Me consuela saber que tengo amigos que lo hacen mucho mejor. Supongo que, en parte, a ellos les cedo este espacio, confiando en que pueda servirles de excusa para regalarnos sus palabras.

Nunca aprendí a escribir, repito. Tampoco a tocar la guitarra, ni a jugar al truco ni al ajedrez: ejemplos de una clara dificultad para conciliar la teoría y la práctica. En otros ámbitos esto complica un tanto las cosas, aunque siempre se intente preservar la coherencia. Aún así, me siento presa de una lógica que no siempre resulta comprensible. A saber:

- Detesto el individualismo y la apatía política. Sin embargo, no encuentro bandera que represente lo suficiente como para encolumnarme tras ella.

- Soy profundamente racional y, al mismo tiempo, cristiana. Convivo entre ateos y creyentes, sin que los primeros entiendan mi fe ni los segundos perdonen mis frecuentes herejías.

- La docencia y yo mantenemos una relación extraña, de fuerte atracción y vivo rechazo. Pese a (o, precisamente, a causa de) ello, todavía no logro encontrar el espacio para ejercerla.

- Disfruto de la mayoría de las manifestaciones artísticas, pero mi producción es nula. A las ya mencionadas deficiencias literarias y plásticas, podemos incorporar un pésimo oído musical. Mi torpeza general se evidencia aún más con el baile, y canto peor. De todo conozco poco, y aún así hablo, opino y hasta inauguro un blog.

Intuyo que este lugar cargará, de manera casi inevitable, con esta coherencia incoherente, con esta lógica ilógica y con el absurdo mismo de su nombre. No puedo impedir que sea caprichoso, caótico y divergente. Tampoco espero que sea útil ni entretenido. Lo presiento como un sitio de encuentro, donde el mismo desorden nos permita decir lo que pensamos, compartir lo que nos plazca o llevarnos lo que nos guste.

No esperen invitaciones, ya es sabido que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico.

(No podía elegir cita más trillada, pero era la única que encajaba para dar un cierre al divague. Como ya lo dije: nunca aprendí a escribir, pero no piensen que pido disculpas por eso).

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